La relación familia-escuela ha sido siempre compleja, le implican cargas simbólicas, generacionales, responsabilidades, expectativas.
En un estudio que hiciera hace algunos años, donde preguntaba a padres y madres de niñ@s de preescolar sobre qué esperaban de la escuela para sus hij@s, era evidente la idea de logro, éxito y futuro que en el transitar escolar de sus pequeñ@s depositaban, al tiempo que las maestras expresaban que mucha o toda la responsabilidad de logro o fracaso de los niños y niñas que atendían estaba en la familia.
La visión de cada grupo no sólo demostraba una clara división, sino que traía consigo la presunción de que cada parte debía conocer la opinión de la otra y actuar en consecuencia, y la falta de respuestas traducía en reproche, castigo y desmotivación por un lado, y cansancio, limitadas expectativas y mandatos negativos por otro.
Creo que aunque hay ejemplos muy buenos de trabajo conjunto entre escuela y familia, suelen ser más comunes escenarios como el descrito. Hoy día, la distancia es palpable en cuanto a espacio físico y las grietas comienzan a generar otros malestares.
Por un lado, observo con preocupación una atención a distancia que está procurando repetir en el hogar las estructuras de la escuela, en muchos casos el seguimiento de avances se hace duplicando o triplicando las asignaciones enviadas y en otros casos la atención se está limitando al envío de tareas semanales, quedando relegada la mediación docente y asumiendo que en la familia podrán suplir esta ausencia, lo que trae consigo un sin fin de posibles consecuencias que procuraré escribir en otro momento.
Tenemos a familias que se encuentran ante la compleja tarea de mantener sus empleos o buscar nuevas entradas de dinero, sortear las dificultades para el acceso a la alimentación, los servicios básicos y la educación de sus hij@s.
Por su parte, he escuchado atenta a maestras que colapsan ante las exigencias, ya no sólo de su grupo de niños y niñas sino de las familias y más aún de sus empleadores. Maestras que deben atender a sus familias, a las tareas del hogar, a las limitantes en cuanto a dispositivos, conectividad, servicios básicos, alimentación.
Y escuelas que se ven presionadas a continuar, existiendo o no condiciones. A enviar reportes de atención, a planificar presupuesto que prevea su continuidad como institución y la de su planta de personal docente, administrativo y obrero, entre otros.
Todos, escenarios muy complejos que a tod@s nos posiciona casi inmediatamente en la defensa de lo propio.
Pero desde ese lugar es muy difícil dar con el lugar de encuentro, porque para el trabajo conjunto, ameno, continuo, sano, hace falta conciliación, dar con el punto de encuentro, hacer concesiones para la resolución de los conflictos que se nos presentan. Y esencialmente hará falta una comunicación cercana, atenta, empática.
Quizá no sea posible que todos estemos muy cómodos y contentos ante aquello que debamos soltar y dejar de lado, pero resulta necesario para hacer lazos, para hacer equipo, para flexibilizar y mirar al otr@ desde el amor…
Entonces estaremos dando pasos en un proceso por la paz, hacia el crecimiento, equilibrio y bienestar de tod@s que no sólo aparezca ante la contingencia sino que atraviese nuestra forma de relacionarnos, siempre.
Buenísimo el post. Saludos.